Las
nuevas tecnologías de la informática, los multimedios y las telecomunicaciones
han propiciado el desarrollo de diversas áreas del saber humano y generado
cambios importantes en la sociedad, incluyendo, el ámbito educativo y los
modelos de enseñanza-aprendizaje.
Si
bien la revolución tecnológica ha coadyuvado a mejorar la labor del docente en
las aulas de clases, ésta no será suficiente para generar una educación con
calidad y crear un sistema educativo moderno: la eficiencia en la educación no
radica exclusivamente en las infraestructuras tecnológicas, sino en la
capacidad del docente para lograr establecer la participación interactiva del
estudiante en el proceso de aprendizaje.
Herramientas
electrónicas tales como los proyectores multimedia (data show), las
computadoras, los dispositivos móviles o televisores, son utilizados
actualmente por los docentes para enriquecer la experiencia educativa de sus
estudiantes, en las aulas de clase. Sin
embargo, de nada serviría disponer de tanta tecnología educativa vanguardista,
si no existe en el maestro o docente esa fuerza motivadora interior que le
inspire crear ambientes participativos en clase: el nuevo educador, del siglo
XXI, no sólo debe estar versado en el uso de las tecnologías, mucho más allá de
ello, debe empezar a comprender que el proceso de enseñanza involucra el dejar
atrás las viejas prácticas pedagógicas (o andragógicas) para dar paso a un
nuevo modelo educativo en el cual, tanto estudiantes como docentes, son capaces
de establecer espacios de diálogo, de convivencia y comunicación efectiva, que
benefician de manera recíproca a ambos protagonistas.
Anteriormente
las prácticas educativas o modelos de enseñanza situaban al educador o docente como
el dueño absoluto del conocimiento y su labor consistía, únicamente, en la
transmisión de este conocimiento para que los estudiantes pudiesen memorizarlos
y aprenderlos, en forma mecánica. El
estudiante, definido bajo este modelo, limitaba su participación a escuchar
todo lo que el profesor tenía preparado para una clase, sin que pudiera emitir
opinión alguna. La comunicación
existente se daba en una sola dirección, del profesor hacia el estudiante; no
había espacio para el diálogo o el intercambio de ideas.
La
inclusión de la tecnología educativa contribuyó muy poco a mejorar la
unidireccionalidad que caracterizaba al proceso de enseñanza-aprendizaje. El modelo educativo se mantuvo igual, ahora
con la diferencia de que el docente utilizaría proyectores, videos o
computadores para exponer el material que el estudiante debía memorizar. Nuevamente, se hace evidente que la
tecnología no es el factor clave para lograr mejorar la educación de los
estudiantes. El factor humano del docente, su capacidad comunicativa, su
empatía y su capacidad para establecer relaciones interpersonales son el punto
de partida de una educación eficaz.
El
nuevo enfoque de la educación coloca al docente en un nuevo rol, de mediador de
conocimiento, cuya finalidad será propiciar en el estudiante el deseo de
aprender mediante el análisis, la participación y la experiencia; el estudiante
deja de ser un receptor pasivo para convertirse en un agente generador de
conocimiento, con la guía de su maestro. El estudiante opina, analiza, indaga,
emite opiniones e interactúa con otros compañeros en su proceso de aprendizaje.
Con
ayuda de tecnología educativa, el docente puede mejorar aún más el proceso de
comunicación o transmisión del conocimiento que se dicta en las aulas de
clases, propósito fundamental de la educación.
Se puede, por ejemplo, en una clase de ciencias, ver las simulaciones de
un fenómeno químico a través de una computadora o pizarra electrónica y luego,
propiciar entre los estudiantes una discusión o tormenta de ideas acerca del
fenómeno expuesto, de tal manera que no se tenga que memorizar un concepto; más
bien, que el concepto sea entendido, comprendido, discutido y ende, al
finalizar, que sea asimilado.
La
nueva visión de la educación sugiere que la experiencia o experimentación es la
que, realmente, permite al estudiante asimilar el conocimiento. Como señalan algunos especialistas, cuando el
estudiante construye el conocimiento, con la guía del docente, puede asimilarlo
mejor. Al exponer al estudiante a una situación particular, cuando vive o
experimenta un fenómeno, o cuando intercambia ideas con otros compañeros acerca
de una problemática, el estudiante, verdaderamente, podrá aprender. Es la
participación, el dinamismo y la interacción con otros lo que generará
conocimiento en la persona que aprende y lo fijará como una lección aprendida,
sin que sea necesario un excesivo uso de la memoria.
Muchas
veces la memoria es indispensable al estudiar ciertas lecciones. Por ejemplo, el estudiante que está
aprendiendo a dividir, necesita conocer las tablas de multiplicar para efectuar
esas operaciones, y en consecuencia, deberá memorizarlas. En un caso totalmente
opuesto, un estudiante que esté aprendiendo, por ejemplo, acerca del
comportamiento de los circuitos eléctricos, éste podrá hacerlo mediante el uso
de simuladores de computadora o desarrollando experiencias de laboratorio. Los conceptos serán mejor asimilados cuando
el estudiante los entiende en la práctica, que si son memorizados, sin
comprenderlos. El verdadero aprendizaje
se hace evidente cuando el estudiante comprende en lugar de memorizar. Con el tiempo la memoria podría fallarle, pero
el entendimiento derivado de la práctica se mantiene y prolonga por mucho más
tiempo.
Los
procesos de enseñanza-aprendizaje modernos han sentado sus bases sobre la
teoría de que el estudiante debe construir conocimiento, antes que sólo
memorizarlo; que el estudiante debe participar e interactuar con el docente o
mediador y con sus compañeros para generar experiencias de aprendizaje; que
tanto el estudiante como el docente tiene a su alcance tecnologías educativas
que mejoran la transmisión del conocimiento; que el docente, como mediador de
ideas y conocimiento, debe procurar establecer una comunicación efectiva y
estimulante con sus estudiantes; y por último, que el docente no debe olvidar
que el estudiante, como ser humano, puede verse afectado o influenciado por
situaciones interiores o exteriores, positivas o negativas, que pueden
afectarlo dentro del entorno en que se desenvuelve, y afectar su proceso de
aprendizaje.
Tanto
estudiantes como docentes tienen una enorme responsabilidad en los procesos de
enseñanza-aprendizaje. Como protagonistas, ambos comparten el compromiso de
fomentar una relación armoniosa que optimice los resultados del aprendizaje. El empeño que cada uno de ellos ponga, contribuirá
a enriquecer o no el proceso. Una buena actitud, optimismo, empatía,
sensibilidad, compromiso y disposición para aprender, son algunas de las
características deseables en esta relación, que se establece en un aula de
clases.
El
docente debe estar dispuesto siempre a dar lo mejor de sí para poder transmitir
con eficacia todos sus conocimientos. No
sólo debe hacer uso de las tecnologías educativas que le son suministradas en
un centro educativo, sino que también debe valerse de sus cualidades humanas,
su creatividad y aptitudes para lograr llegar, con su mensaje, al estudiante.
Aspectos tan comunes y simples como la expresión oral, el tono de la voz, la
expresión corporal, la seguridad que proyecta o el desenvolvimiento escénico
pueden garantizar el establecimiento de una comunicación efectiva con el
estudiante y así, lograr que éste último, alcance el aprendizaje deseado. Muchas veces una expresión facial, un gesto,
un movimiento de manos o el tono de voz pueden contribuir a lograr capturar la
atención de los estudiantes con mayor facilidad y con ello, crear el canal de
comunicación necesario para hacer llegar el mensaje que requiere enviar el
docente.
El
docente, en el desenvolvimiento de sus cualidades empáticas, también debe
comprender que los estudiantes, como seres humanos, pueden verse influenciados
por situaciones de diversa índole, muchas veces externas al ámbito
educativo. Condiciones psicológicas, hereditarias,
socioeconómicas o culturales pueden afectar al estudiante y mermar su capacidad
de aprendizaje y facilidad de comprensión.
En la mayoría de las veces, estas condiciones se traducen en ruidos que
distorsionan la comunicación educativa.
Ante
esta situación de ruidos e interferencias en la comunicación, el docente deberá
considerar la individualidad de cada uno de sus estudiantes y aprovechar las
habilidades desarrolladas por éstos (lingüísticas, lógico-matemática, musical,
corporal, interpersonal, naturista, etc.) a fin de que puedan disminuirse
aquellos factores que limitan la transmisión de los mensajes en el proceso
aprendizaje.
El
éxito en la comunicación educativa no depende exclusivamente del uso de
tecnologías. Las tecnologías únicamente
una herramienta de apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje. La verdadera clave del éxito en la
comunicación educativa está en la actitud, la disponibilidad y confianza que
pueda generarse entre docente y estudiante.
Si existe una actitud positiva por parte de ambos, la disponibilidad a
recibir información y generar conocimiento; y una sólida relación de confianza
entre el docente mediador y sus estudiantes, la comunicación educativa se hará
efectiva, y se propiciará el aprendizaje.